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El impostor o la búsqueda de ser «alguien» para burlar la muerte psíquica

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«Flectere si noqueo superos, Acheronta movebo»

Virgilio Eneida, VII, 312.

«Para que pueda ser he de ser otro,

salir de mí, buscarme entre los otros,

los otros que no son si yo no existo,

los otros que me dan plena existencia»

Octavio Paz

«Cada hombre en su complejidad psíquica es una obra maestra, cada análisis es una odisea»

Joyce McDougall

 

1. EL CANGREJO ERMITAÑO

En junio de 1995, en Texas (EEUU), un niño de 13 años llamado Nicholas Barclay, desaparece sin dejar rastro. Tres años y cuatro meses después, la familia recibe una llamada desde Linares (España). Nicholas ha aparecido. ¿Extraño? Sí, pero no nos precipitemos (prae + caput capitis) para no perder la cabeza ni caer al precipicio. Según su relato ha sido secuestrado, torturado y sido víctima de abusos sexuales por una red internacional en la que podrían estar implicados militares estadounidenses. La familia se dispone a ir a buscarlo presa de la alegría y la inquietud. Ha pasado demasiado tiempo para la esperanza. La esperanza es un amor que tiene memoria. Tenemos esperanza porque una vez fuimos amados. Pero a veces la memoria flaquea, o la realidad castradora se impone, y se llega a la «des-esperanza». Y uno se queda sin pie para seguir caminando. La hermana de Nicholas se desplaza a España. Lo reconoce, y abrazándolo le asegura que ya está a salvo. Solamente hay un pequeño detalle que no puede pasar desapercibido ¿cómo explicar que el niño Nicholas de ojos claros y pelo rubio se haya «transformado» en un joven de pelo y ojos oscuros?

Este es el inquietante punto de partida de El Impostor (Bart Layton, 2012), documental que se presentó ese mismo año en el festival de Sundance y se hizo acreedor de varias nominaciones y premios internacionales.

El documental está basado en el caso más impactante de suplantación de identidad que llevó a cabo Frederic Bourdin, un sujeto francés que realizó decenas de suplantaciones documentadas durante los años 90 y principios de siglo. De hecho él presumía de haber realizado más de quinientas. Algo a tomar más como un ejercicio de presunción que un recuento realista. El Impostor está narrado con habilidad en una mezcla de entrevistas, imágenes de archivo reales y dramatizaciones. Layton, según declaró en entrevistas, trató de huir de un esquema clásico en tres partes: planteamiento, nudo y desenlace. Sin embargo, por el propio ritmo interno del documental es fácil establecer esa división. La primera parte, que sirve de presentación de la trama, llega hasta el momento culminante y tenso del encuentro con la hermana de Nicholas. Un segundo momento transcurre desde las vicisitudes del encuentro con su nueva familia y su adaptación a EEUU hasta la aparición de las primeras sospechas. Y la tercera, la más desconcertante, y que marca el verdadero giro argumental del documental, arranca con la aparición del investigador privado que se interesó por el caso, trasladando la atención hacia la familia y sus peculiaridades.

La lista de imposturas e impostores a lo largo de la historia es larga tanto fuera como dentro de la pantalla de cine. Podemos encontrar ejemplos en clásicos como Sommersby (1992) que recoge uno de los episodios de impostura más antiguos documentados: el caso de Martin Guerre, un campesino francés que a mediados del siglo XVI fue acusado de robar grano, desapareciendo y abandonando a su mujer e hijo, hasta que transcurridos 8 años, un hombre idéntico a él aparece diciendo que ha regresado. Otro caso es el de Charada (1963) de Stanley Donen, en el que Cary Grant adopta diferentes identidades para confusión de Audrey Hepburn. En Tootsie (1982) de Sidney Pollack pudimos ver a Dustin Hoffman vestido de mujer en el papel de Dorothy, una señora de carácter; en la película, Hoffman, se convertía en Dorothy con el único fin, romántico, de conquistar a Jessica Lange, quien fue la que finalmente se llevaría un premio Óscar que no ganaría ese año Hoffman y sí Ben Kingsley encarnando a Gandhi. El talento de Mr Ripley (1999), La vida de nadie (2002), Atrápame si puedes (2002), o Color me Kubrick (2005), son solo algunos ejemplos de impostores y ladrones de identidades llevados al cine.

Los impostores son una figura que produce cierta fascinación. Quizás por aquello que decía Benedetti de que todos queremos lo que no se puede y somos fanáticos de lo prohibido [2]; ver a alguien haciendo con naturalidad, permitiéndose lo que no nos atrevemos, romper convenciones sociales, transgredir. A esto mismo se debe, en gran parte, el éxito de personajes como Torrente; personajes con un ello desatado que se permiten ponerlo en juego de manera grosera transgrediendo lo prohibido. Todos tenemos un Torrente dentro pugnando por salir y que, visto en la pantalla de cine, produce identificaciones y, por ende, taquillazos.

 

La historia de Frederic Bourdin recuerda la historia del cangrejo ermitaño, un pequeño crustáceo que para protegerse se refugia en cualquier concha vacía que encuentre, habitándola en una cuestión de vida o muerte; del mismo modo, como en una cuestión de vida o muerte, Bourdin también se protegía compulsivamente yendo de identidad en identidad como el que huye de la muerte psíquica. Quizás porque no hay una identidad mínimamente sólida a la que volver, no hay un refugio propio para guarecerse y lamerse las heridas, un refugio en el que ser alguien, para alguien, en el que poder permanecer; pero no nos adelantemos.

«Desde que recuerdo, he querido ser otra persona. Sentirme aceptado». Es la primera frase que oímos decir a Bourdin en el documental. Se sitúa en el lugar de la víctima. Es un señalamiento explícito, «siempre he querido sentirme aceptado», en el que subyace que nunca lo fue o, al menos, no lo sintió. Buceando en su historia algunos datos ayudan a situarnos ante los acontecimientos que narrará el documental. Hijo de una madre soltera de 18 años, Ghislaine Bourdin, y un hombre casado de origen argelino, su madre, según el relato de otros parientes, no tenía mucho interés en el niño. Tenía, eso sí, interés por salir y la fiesta. Las autoridades educativas le quitaron la custodia teniendo Frederic 2 años, y se la dieron a los abuelos, en Nantes. Su abuelo, que era manifiestamente racista y antimusulmán, había presionado para que su hija abortara. El padre de Bourdin no supo de su existencia, al ocultárselo la madre, y no llegó a conocerlo. Frederic apenas tuvo contacto con su madre durante la infancia. Definiéndola como una persona que reclamaba mucha atención para sí [3], Ghislaine reconoció haber tenido un intento de suicidio en alguno de los pocos encuentros que tuvo con su hijo, teniendo este que pedir ayuda. Desde pequeño llevaba ropa de segunda mano que proporcionaban a sus abuelos organizaciones benéficas, y en la escuela contaba historias increíbles sobre sí mismo. De su padre solía decir que nunca lo veía porque era un agente secreto británico. En alguna otra ocasión también dijo haber sido objeto de abuso sexual por un vecino, no llegando a investigarse el tema. Con 12 años le enviaron a Les Grézillières, una especie de centro de menores, donde a menudo pretendía ser amnésico y trataba de perderse por las calles. Con 16 años le hicieron cambiar de orfanato y decidió escaparse. Hizo autostop hasta París donde, asustado y con hambre, inventó su primera personalidad. Le dijo a un policía que era un adolescente británico perdido llamado Jimmy Sale (“Sale”, “for sale”, en venta, curiosa elección). En otras ocasiones hará juegos con el supuesto nombre de su padre, Kaci, diciendo llamarse Frédéric Cassis. En aquel tiempo, según él mismo narra, quería que le enviaran a Inglaterra donde fantaseaba que la vida era algo más bonito de vivir que la vida que llevaba. Este intento fracasó pero es aquí donde empieza a desarrollar su técnica de engaño y empieza un periplo que le lleva a vivir como un vagabundo y a alojarse en diferentes centros de menores de media Europa. Antes de los acontecimientos que se narran en el documental ya era conocido por la policía de Irlanda, Bélgica, Gran Bretaña, Suiza y España. Se le conocían más de 20 sobrenombres. Según declaró en otras entrevistas, Bourdin, solo buscaba amor y afecto, la atención que decía no haber recibido de niño. De hecho en varias ocasiones fingió ser huérfano. «Nunca nadie me dio una infancia, porque para dársela a alguien hay que quererlo» [4].

Algún aspecto llama la atención casi desde el principio. Bourdin se sitúa en el lugar de la víctima, en un relato que pretende ser épico. Habla como si Ulises hubiera sido entrevistado en su regreso a Ítaca y presumiera de su gran astucia, que le habría librado de cíclopes y sirenas, como en los versos de Cavafis [5], de un «camino largo / lleno de aventuras / lleno de experiencias».

Esto plantea una pregunta: ¿por qué una persona que se ha dedicado a suplantar identidades, que ha pasado años en cárceles y correccionales debido a ello, que manifiestamente ha engañado, mentido y manipulado a familiares de desaparecidos, infringiéndolos dolor, haciendo ver que tenía información sobre otros niños desaparecidos y contactando con sus familias, aceptó hacer este documental? ¿Por qué aparece situándose, en un ejercicio circense de subjetividad, como una víctima heroica en la lucha contra los elementos? Una cuestión parecida planteaba el escritor Juan José Millás en una entrevista radiofónica a Enric Marco [6]. Marco pasa por ser otro famoso impostor, retratado en la novela de Javier Cercas [7], que se hizo famoso por fingir durante años parte de su biografía, haciéndose pasar por superviviente del campo de concentración nazi de Mauthausen. Marco llegó a ser presidente de la Amicale de Mauthausen (asociación que reúne a supervivientes españoles de campos nazis) hasta ser desenmascarado su engaño. Millás en dicha entrevista radiofónica le preguntaba recurrentemente por qué aceptó reunirse y entrevistarse con Cercas para relatarle su historia, dado el tono hostil de Cercas, que seguramente ya habría notado desde el principio.

Una segunda pregunta viene a complementar y a dar pistas sobre la primera. ¿Por qué ambos, Enric Marco y Bourdin, quedaron tan descontentos con el resultado final? Tanto uno como otro abominaron posteriormente, Bourdin, del documental, y Marco, de la novela de Cercas. Podemos hipotetizar que algo del orden narcisista quedó como una herida chocando con unas expectativas acaso grandiosas. En el caso de Bourdin, el relato épico de hombre que se construye a sí mismo, se encuentra con que comparte mucho plano con la familia de Nicholas Barclay, y el relato se desliza desde el salvador de sí mismo renacido hacia un impostor mentiroso. A veces lo grandioso no nos llega en forma de paciente megalomaníaco sino que puede ser alguien que se plantea como víctima, que se siente maltratado. Será a través de la dureza de ese maltrato, o de ese abandono, que nos muestre su grandiosidad. Y viceversa, en la necesidad narcisista de grandiosidad que se adivina en Bourdin se avista lo pequeño que debió sentirse; cuanto más necesito que me admires tanto más apunto a mi carencia narcisista.

Se podría decir que sobre Burt Layton recae la transferencia narcisista especular que establece Bourdin. Camuflado en el rol de víctima maltratada, el analista-director, es convertido en un espejo de lo maravilloso que es el paciente/protagonista. Cuando el analista-director le muestra el producto final no refleja grandiosidad. Quizás por eso se siente traicionado por él y por todos los periodistas del mundo a los que mostrará de ahí en adelante su desprecio [8].

Otro aspecto que llama la atención es la extrema frialdad y minuciosidad con que relata sus actuaciones Bourdin. La frialdad con que manipula se vislumbra en su actitud y su tono, y en algunas de sus frases: «quería provocar un sentimiento de culpa», «eso me dio poder», «no pensé en detenerme», «le lavé el cerebro» dirá después en referencia a la hermana de Nicholas.

Hilando también cabos con otras de sus suplantaciones nos encontramos con un perfil similar de actuación: ausencia de culpa, manipulación, falta de empatía, frialdad, una cierta inflación narcisista, grandiosidad victimista. Dos detalles son recurrentes en sus suplantaciones: una, el «(re)encarnarse» en un adolescente. Es el lugar al que vuelve siempre a nacer aunque la diferencia de edad le ponga en un riesgo más que evidente de ser desenmascarado. En la suplantación de Nicholas tenía 23 años y se hacía pasar por un chico de 17. En otras ocasiones, la diferencia fue aún mayor, haciéndose pasar por niños de 15 años, teniendo 31. Parece, en una incansable e imposible batalla contra el tiempo, donde poder recuperar lo perdido, el amor no tenido, una identidad («había conseguido volver a ser joven, una segunda oportunidad para ir al colegio y tener éxito») [9]. Transformándose en adolescente quizás maximiza su expectativa de ser acogido, presentándose como débil y necesitado, como aquel personaje de José Coronado en La vida de Nadie [10], película inspirada en la vida del psicópata francés Jean-Claude Romand [11]. También podemos entender en ello una batalla de no aceptación, de no asumir el duelo por el dolor de lo que no ha recibido, volviendo recurrentemente allí donde debió ser nutrido. Las personalidades narcisistas suelen tener problemas para elaborar los duelos. En este caso, la alteridad no ha entrado en la vida de Bourdin, encallado en el amor propio. Para poder echar de menos al otro hay que, al menos, poder verlo. ¿Y qué son los demás para Bourdin sino marionetas para satisfacer una falta? Intercambiables. Lo que encontramos es la envidia. Atrapado en el bucle del «re-sentimiento», que decía Kancyper [12] a través del cual se aferra a un alguien (no importa quién, solamente su función de sostén narcisista, cualquiera dispuesto a cubrir la carencia), que le devuelva algo que injustamente siente que le han quitado. A través de la envidia destruye. A través del resentimiento se entrega al acting de suplantar identidades en una continua regresión hacia la dependencia. No llega al dolor porque eso significaría admitir lo frustrado. Estaríamos en otro escenario, en el de la tristeza por lo perdido que ya no va a volver, pero que abriría la posibilidad de hacer algo diferente, de construir algo propio, dejando atrás lo pasado y poniéndose en situación de luchar por lo que sí es posible: amigos, pareja, trabajo, etc.

El otro aspecto recurrente son los abusos sexuales a los que apela en múltiples de sus suplantaciones. Como él mismo relata en el documental, no es él quien saca el tema, deja que los otros lo crean, «la idea está en ellos». En esto se evidencia la forma de mentir característica del perverso, no haciéndolo directamente sino creando confusión a través de silencios e insinuaciones para que el malentendido juegue a su favor, aspecto este que luego se retomará al hilo de las reflexiones de McDougall sobre las neosexualidades.

 

El Impostor

 

2. LA TRAMA ES EL TRAUMA

«Cuando nací no creo que hubiera mucho amor» [13]. La idea de plantearse como un sujeto con una infancia carencial, traumatizado por la falta de cariño habría sido tenida en consideración por los seguidores de las teorías del trauma de todas las épocas. Ferenczi en un texto de 1929 [14] señalaba que los niños mal acogidos mueren con más facilidad y en cualquier caso permanece en ellos el pesimismo y el disgusto por la vida. En este trabajo Ferenzci establece un nuevo tipo de neurosis llamada «neurosis de frustración» donde lo traumático no se origina a partir de hechos o eventos traumáticos sino en el no deseo de los padres, la no investidura. Los padres ni desean ni quieren al niño. Esto desplaza la concepción de lo traumático del hecho puntual al vínculo interpersonal.

Cuando el niño no es bien recibido en la familia de origen algo dramático ocurre. El niño se encuentra aún muy cerca del «no-ser» individual. Las experiencias vitales son pocas y no tienen mucha fuerza. Aceptar el hecho de no ser deseado es una experiencia difícil de digerir. Y el «no-ser» está cerca. Ese vacío, en definitiva, no puede reconocerse ni afrontarse por el peligro extremo de regresión hacia la muerte. Y para ello, el niño, frente a la experiencia de frialdad y hostilidad se ve obligado a potentes mecanismos de negación, idealización y autoculpabilización[15]

En 1932 [16], Ferenczi, retoma el concepto de trauma como factor etiológico importante de patologías mentales, aspecto que Freud había abandonado muchos años antes. Ambos pensaban el trauma pero refiriéndose a cosas distintas. Freud hablaba de las seducciones incestuosas de los adultos. Ferenzci ampliaba el término hacia la hostilidad y el odio adulto cuando el adulto no brinda su función protectora ni se tienen en consideración sus necesidades.

Borgogno (1999) nos dirá que entre las vicisitudes que pasa el niño recibido con indiferencia, y lo traumático de la ausencia, están los procesos introyectivos que le despojarán de vitalidad.

¿Qué encontraría Bourdin en el espejo de sus cuidadores? ¿Qué imagen (es un decir) o qué «decires» sobre él le devolvió el espejo de una madre a la que no logra seducir lo suficiente como para vivir la ilusión de ser la completud de ella? Con un padre desaparecido y portando en su sangre la «impureza» que genera el odio de su abuelo, como si hubiera algo impuro en él que tuviera que ser lavado con una nueva identidad, el niño/a conoce de sus estados internos a través de la mente del otro. Bion nos habló de la capacidad de la madre como traductora, de lo emocional en forma de pensamientos adecuados, la «alfatización» de los elementos beta emocionales para que puedan ser pensados por el niño, la capacidad de reverie la sintonía de la madre con las necesidades del bebé. Pero, ¿y si la mente del «otro-madre» está perturbada por la angustia? El estado de angustia de las figuras parentales puede llegar a provocar un auténtico miedo a la mente dificultando gravemente el desarrollo de las funciones y estructuras simbólicas. Bonomi y Borgogno (2006) dirán que esa angustia desencadena una mezcla de ceguera e hipersensibilidad en relación a los estados mentales tanto propios como ajenos [17]. Para Bion el precio a pagar por la falta de sintonía puede ser un bebé psicótico, un autismo, o la inicial formación de un carácter esquizoide.

Hornstein dirá que las perturbaciones tempranas en la construcción del narcisismo dejan su huella en la identidad. ¿Cómo? A través de una pérdida de vitalidad, una disminución de valor del yo, una depresión vacía, una angustia difusa, provocando un riesgo de fragmentación, coexistiendo a la vez imágenes grandiosas del yo con una intensa necesidad de ser amados y admirados.

El narcisismo cohesiona, es como el cemento, y vela por el «yo» de la misma manera que la madre veló por uno y precisamente porque veló por uno su función es tratar de aglutinar al «yo». Un narcisismo trófico estructurado permite que se forme una identidad y la construcción de la alteridad, de la relación con otros diferentes, para poder verlos y verse, diferentes, sin estar continuamente proyectando. En Bourdin no se produjo esa fusión necesaria con un objeto amoroso, esa alienación necesaria para posteriormente poder separarse y construirse. Un «yo» normal va a encontrar en condiciones corrientes un refugio en ese narcisismo sano, en ese amor a sí mismo. Bourdin carecía de ese refugio. La realidad y el narcisismo se oponen. El narcisista odia la realidad porque lo cuestiona. Bourdin emprendió una auténtica y encarnizada batalla contra la realidad.

Para Fairbairn la situación más traumática que podía vivir un niño era la frustración de su deseo de ser amado y de que fuera aceptado su amor. Este era el gran punto traumático capital para él.

Podemos quizás así entender algo de Bourdin. Ante el riesgo de la fragmentación y la desintegración [18], de la muerte psíquica, del vacío, inicia una huida hacia delante. Como el cangrejo ermitaño, es una cuestión de vida o muerte. Necesita ser otro para ser algo. No ha accedido a un mundo neurótico de conflictos y ambivalencias, de investiduras y desinvestiduras que uno tiene que sostener. Se mueve en un mundo narcisista. Lo que Hornstein llama «patologías del desvalimiento» en las que se ha producido un fracaso en la historia libidinal e identificatoria. Parafraseando a Joyce McDougall [19], es como si Narciso frente al riesgo de la muerte psíquica, huyera de estanque en estanque intentando asir el reflejo de otros y fusionarse temporalmente con ese reflejo en la búsqueda de sí mismo en los ojos del otro. No se pone en juego la angustia de castración sino propiamente de existencia, como en el dibujo que hace McDougall de la histeria arcaica [20], con las dificultades de vinculación al estar entrampado entre el deseo de fusión y la necesidad de alejamiento, oscilando entre el miedo a la desaparición y/o fragmentación, y el miedo al desamparo que conllevan manipulaciones psicopáticas o perversas.

El vacío y la soledad que se adivinan en Bourdin son la consecuencia de no tener objetos internos. No ha investido objetos externos. Tampoco él ha sido investido ni narcisizado. Víctima de una precaria historia libidinal e identificatoria, los objetos externos son pseudoobjetos que no pueden llenarle y con los que se relaciona saltando de uno a otro y dejándolos atrás según la identidad que parasita en cada momento.

Para Kohut, la debilidad de las estructuras narcisistas hace que existan fragmentaciones cuando se enfrentan a decepciones o el medio no es empático con ellos. Son estados traumáticos crónicos en los que las actuaciones perversas son frecuentes. El sentido, para Kohut, de las trangresiones, es el intento de restaurar el equilibrio narcisista que es quebrantado con mucha facilidad ya que son muy susceptibles a desilusiones y abandonos. Estaríamos, en el caso de Bourdin, ante un self fragmentado en un desequilibrio narcisista. Pero ¿Qué es para Kohut un self sano? Uno en el que se mantenga un equilibrio en la tensión entre ambiciones e ideales, en el que haya vitalidad, que siga evolucionando, insistiendo, en el que haya armonía y un sostenimiento de la autoestima. Un self con una noción del sí mismo amplia y estable y una sensación de que los recuerdos son armónicos, una continuidad en la que poder darse la empatía y la creatividad, el sentido del humor, la alegría y el goce de las situaciones vitales. ¿Qué ocurre cuando hay fallas? Cuando no se da una satisfacción a través de los objetos delself es cuando se funciona con un self grandioso e idealizado. No se da una buena cementación del narcisismo. No hay cohesión. Luego si no hay cohesión, hay fragmentación. Si no hay armonía lo que hay es caos.

En Bourdin lo que parece haber es nada, vacío, un hueco para ser llenado por otras identidades.

Millás al leer la obra de Cercas sobre Enric Marco, descubre en ella a un infeliz, un infeliz que crea toda una vida para ayudarlo a sustituir una existencia miserable. En algún momento dado de su entrevista, Millás, al que Marco considera un amigo, intenta salvarle la cara: «Lo único que te ha faltado, -le dice-, es no decir que habías sido preso de Mauthausen. Todo lo demás, tu mensaje, tu denuncia, el relato de tus vivencias era necesario». Según Millás, hubiera bastado con suprimir una sola línea de su discurso del papel que desarrolló en la obra de teatro de su vida porque en el fondo, no ha hecho daño a nadie. Una línea de texto en todo caso clave bajo la cual late un profundo e inmenso iceberg, la necesidad de sentirse admirado.

En el caso de Bourdin no estamos ante un infeliz. O al menos, no ese tipo de infeliz.

 

3. QUE LA REALIDAD NO TE ESTROPEE UN BUEN RELATO

Ya en EEUU, Bourdin, es recibido y reconocido como Nicholas Barclay por su nueva familia. La madre, hermana y el cuñado, aparentemente en todo momento creen que es él. La libido busca su objeto. Años de angustia culminan con la reaparición. El hijo pródigo. Él aparece huidizo, con gorra y con la cara tapada, poco hablador como se puede observar en las imágenes de archivo de los vídeos grabados por la familia Barclay. Este hecho, que la familia acepte como verdadero al suplantador, no es del todo infrecuente en casos parecidos. La realidad, con sus contradicciones, les importó poco como se aprecia en el hecho de que la persona que ha vuelto sea manifiestamente diferente, incluso en el color de ojos, a su hijo. La realidad se construye a partir de un deseo y mentir sobre la realidad dice algo sobre la verdad de ese deseo. Mentir o ver la realidad conforme a ese deseo. Es algo fácil de observar en la vida cotidiana, en las interpretaciones políticas y futbolísticas. Solo un familiar, aparentemente, no tragó con la mentira, el hermano de Nicholas, quien tenía una manifiesta mala relación con su hermano. Quizás el único que no tenía deseo de que volviera. Sin embargo, no dijo nada, dejó que las cosas sucedieran. No le salpicaba. Vivía fuera del hogar familiar. Esto nos podría llevar a pensar en una negación del duelo por parte de la familia. Es decir, no querer ver la realidad de lo perdido y tener la necesidad de paliar su dolor para lo cual cogen el tren que les ofrece Bourdin. Un roto para un descosido. Una curiosa colusión. Un chico carenciado en busca de amor encuentra una familia rota por el dolor que usa para paliarlo. ¿Pero eso significa que sabían que no era él, pero necesitaban creerlo? ¿Saben y no saben que es él, en una especie de mecanismo familiar compartido de renegación? ¿En qué sentido la forma alargada de la culpa estaba proyectando su sombra sobre ellos? Quizás la culpa de no haber sido suficientemente buenos cuidadores, de haber permitido el secuestro de su hijo/familiar, de haber sido negligentes, de no haber llevado del todo bien los conflictos que creaba en casa el chico. El eco de una culpa que para ser calmada, necesita de la adopción de «alguien» al que poder brindar cariño y protección. Un perverso en una «familia de culposos negadores».

Más que la realidad lo que importa es el relato. Y había un relato, inoculado en parte por el propio Bourdin. «Ha cambiado (…) no es el mismo que era (…) está traumatizado» son teorías verosímiles que la familia manejó para justificar las diferencias. ¿Quién va a querer cuestionar su nueva y reparadora completud? ¿Para sustituirla por qué? Solo lo cuestionaron los que no tenían deseo (ni memoria), el FBI y Charlie Parker, el investigador privado que se interesó por el caso al verlo por televisión (por cierto, ¿puede tener un nombre más creíble un investigador privado norteamericano que este?). La familia se defendió de esa idea insidiosa que el FBI empezaba a manejar: Lázaro resucitado no era tal. La familia no quiso valorar esa hipótesis. Se negaron a hacer las pruebas de ADN. No seguían las instrucciones del FBI. Y lo que es más inquietante, la prueba del polígrafo realizada a la madre 3 veces no dio nada significativo la primera vez. Pero en las dos siguientes la actividad poligráfica sugería que mentía en todo lo que tenía que ver con su hijo. Ese es el giro semántico narrativo (plot point) importante en el documental que hace pasar el foco de atención de Bourdin a su familia «adoptiva». ¿Y si había algún motivo más siniestro detrás de la aceptación de Bourdin? ¿Dio Bourdin con una familia de impostores? Javier Cercas diría, «pero, ¿acaso no somos todos impostores?» Hay mentiras o fantasías que merecen ser más reales que los hechos que pasaron, sostenía implícitamente Enric Marco.

Personalmente, más allá de teorías especulativas intrigantes y atrayentes sobre la familia Barclay, alimentadas por algunas incongruencias y actuaciones extrañas como las nombradas, creo que se juntaron una familia negadora (y con gran sentimiento de culpa) con un perverso. Una familia que vio lo que quería ver. Y lo que quería ver era lo que necesitaba ver llevada por su deseo. Hay profesiones que se construyen en torno a esa ilusión óptica de ver lo que queremos ver, lo saben bien ilusionistas y magos.

El drama del ser humano, la realidad enfrentada en lucha contra el deseo. Como en la obra de Cernuda:

«porque ignoraba que el deseo es una pregunta

cuya respuesta no existe,

una hoja cuya rama no existe,

un mundo cuyo cielo no existe» [21]

Para la familia Barclay el deseo se encontró una respuesta (estrambótica pero respuesta), una rama a la que asirse, una oportunidad de reparar el cielo roto por la pérdida, el deseo no entendido como hacer lo que uno quiere sino como hacer lo que no nos queda más remedio que hacer porque nos hace falta algo, somos carentes de algo.

Pero me había quedado en deuda con McDougall, las neosexualidades, la perversión y las perversidades relacionales.

 

4. NO ES PERVERSO EL QUE QUIERE

Como es sabido McDougall redefine la noción de perversión [22] y la cuestiona hasta el punto de plantear el concepto alejado de la malignidad, como un camino diferente de creación de la sexualidad. Ya que la sexualidad no se enseña, cada uno debe inventársela como pueda. McDougall se cuestiona sobre las relaciones entre el aspecto inventivo, innovador de la sexualidad perversa, con la sublimación. Habría un aspecto paradójico: la sexualidad como innovación y creación por un lado, y por otro, la sexualidad como algo traumático que puede desestabilizar el equilibrio psíquico anterior. Habría un aspecto a hacer notar sobre esta sexualidad creadora, minoritaria, llamada perversa pero en la que hay un malestar personal y una limitación. Paul Denis [23] llama a esto «perverso neurótico», expresión en la que la palabra perverso casi no debería figurar en el sentido de ser una «sexualidad neurótica» en la que más allá de prácticas consideradas perversas, fetiches, etc. la pareja importa y su deseo y su placer es tenido en cuenta. Y por otro lado, el «perverso relacional», en el que el sujeto impone su forma de obtener placer, subordina todo a sus necesidades sin que la pareja interese más allá de su papel instrumental. En el primer caso hablaríamos de neosexualidades, estructuras neuróticas que sienten vergüenza, ocultan, se angustian en ocasiones, en otras se deprimen o sienten culpa. Puede alternar periodos de actividad perversa repetitiva con otros sin actividad perversa. Sería un quiero y no puedo (ser perverso), simulacros de perversiones, aunque frecuentemente acompañados de parafernalia, de apariencia perversa; se parecería más a la transgresión rápida como un acting en el terreno sexual, que se da en las estructuras obsesivas. ¿Pero de qué perversión estamos hablando si el otro importa? En el segundo caso, hablaríamos de perversidades, o lo que Paul Claude Racamier (1986) [24] denomina «perversiones narcisistas», concepto en el que podemos detenernos al hilo de Bourdin, en el que se entra en otro terreno de juego; una perversión que se precie es una forma de relación con el otro, en la que este otro sale de la categoría de sujeto y es tomado como objeto (Mc Dougall); el terreno de hacer al otro, sin el consentimiento del otro, es decir del abuso.

Lo que caracteriza las perversiones narcisistas es una perversión moral más que sexual, «no erótica sino narcisista» [25] en la que la persona se dedica a nutrir su propio narcisismo en detrimento del de los demás. Para Racamier, es una patología del carácter («caracteriosis perversa»).

En este sentido conviene recordar algunas cosas vistas sobre Bourdin: la búsqueda de nutrir su narcisismo por encima de todo, la inexistencia del otro, de sus sentimientos o su posible sufrimiento («no me importaba lo que otras personas pensaran o sintieran. Me preocupaba únicamente por mí mismo, sólo por mí. Lo demás me importaba un pimiento») [26], o la presunción, jactándose, ausente cualquier asomo de culpa depresiva, de haber suplantado quinientas identidades.

Marie-France Hirigoyen, psicoanalista francesa, destaca la mentira y la confabulación [27] con la que se desenvuelven en su rutina diaria deformando el mundo a su antojo. Mentiras elaboradas, creíbles, con consistencia y una trama lógica. La propia acusación que hace Bourdin en el tercio final del documental señalando a la familia como autores de la muerte de Nicholas se puede entender desde ahí. Un perverso proyectando su perversión en los demás. Desprenderse de culpas, poder jugar a la defensiva. Es de la familia Barclay de la que hay que temer. Pone el foco en ellos como un chivo expiatorio. Hirigoyen señala que lo que no advierten estas personas es que señalando a los otros bajo sospechas perversas, revelan en realidad su propio conflicto y su verdadera naturaleza. No es de extrañar que Bourdin no quedara satisfecho del resultado del documental. Da voz a las víctimas. Rompe el mecanismo perverso de negarles la oportunidad de ser oídas.

A medio camino entre el trastorno narcisista de personalidad y la psicopatía, Bourdin se mantiene en un registro de intentar satisfacer sus necesidades a toda costa aunque sea a expensas de otros. Cuando ya es inevitable el desenlace, y es desenmascarado, proyecta su manipulación y su destructividad sobre la familia adoptando una posición esquizoparanoide. «Sabían que no era su hijo, lo supieron desde el principio, me han manipulado, son peligrosos». No establece una duda. No habla desde la duda sino desde la certeza; «lo han matado ellos».

La perversión narcisista sería un parche que permite evitar la angustia proyectando hacia el exterior todo lo malo. Sería una defensa contra la desintegración psíquica, una manera de protegerse.

El concepto de perversión narcisista se emparenta con la patología narcisista que describió Otto Kernberg. La caracterización de personalidades muy centradas en sí mismas con una evidente falta de interés y empatía hacia los demás, con una fuerte carga de envidia hacia aquellos que poseen algo de lo que ellos carecen. Cuando se sienten decepcionados o defraudados no experimentan auténticos sentimientos de tristeza. No hay una reacción depresiva verdadera, son incapaces de sentir esto. Es como una reacción aparentemente depresiva bajo la que late la rabia y los deseos de venganza.

Bourdin necesita de los otros como el Narciso de Ovidio [28] se mira en el espejo. El otro no existe como individuo, sino solamente como espejo que le ayude a escapar del vacío. No hay una discriminación de objetos. El otro es simplemente útil. Se trata de una elección de objetos en la que el objeto mismo da igual. Lo único que importa es la compulsión que rellene una carencia, crear una ilusión que enmascara ese hueco que no llega nunca a llenarse.

En ese sentido, sería interesante conocer más sobre el vínculo que finalmente logró sacar a Bourdin de esta búsqueda sin fin y que le ha llevado en la actualidad a poder permanecer frenando la entrega al acto masturbatorio de los saltos de identidad.

Pero no suelto el hueso todavía de la perversión. ¿Sería muy exagerado decir que la identidad de ser otro jugaría el mismo papel para Bourdin que el fetiche para el fetichista? El fetichismo sabemos que se puede entender como un recurso narcisista para cubrir las faltas o carencias, como una forma de funcionamiento psíquico, una defensa en la que el psiquismo funciona como si no hubiera una castración insalvable, un sustituto del falo. Bourdin, desde este punto de vista, sería un fetichista de las identidades, viviendo en la nanidad, como una especie de Gollum [29] sin anillo, en la búsqueda compulsiva de un objeto fetiche (identidad) que le complemente.

Determinadas actuaciones que hace pueden entenderse como sucedáneos de esa búsqueda de identidad.

 

5. Y EN EL EXTRARRADIO DEL PSICOANÁLISIS APARECIÓ LA IDENTIDAD

El concepto de identidad no tiene un estatus metapsicológico propio [30] y no es un concepto freudiano al que solo se acerca en psicología de las masas. Esto lo convierte en algo problemático, casi en los arrabales del psicoanálisis. Hablamos de un sentimiento, algo consciente, hasta cierto punto ilusorio, porque todos estamos en continuo cambio. Un sentimiento que se va formando, un proceso que se va construyendo constantemente a lo largo de la vida desde las primeras experiencias de unidad que proporciona el «espejo-madre», y en las experiencias de individuación, de distinción entre el yo y el tú. Los franceses hablan del proceso identificatorio [31] al que van a contribuir muy diferentes factores como afluentes que se entretejen como es el narcisismo, las identificaciones, la vida pulsional, la identificación con las imagos parentales, la historia pasada, los conflictos entre instancias, o incluso la memoria, la representación de un cuerpo unificado, el sentimiento de pertenencia a una familia, a un grupo, pueblo, cultura, etc.

Muchos de estos aspectos son problemáticos en la historia de Bourdin como se ha ido señalando; en especial, en lo que supone la cimentación del narcisismo y el investimiento tanto recibido como el que hace del frustrante mundo externo al que tiene que hacer frente. El conjunto de frustraciones, experiencias de pérdida y duelos probablemente no elaborados, con una fuerte carga tanática se podría decir, se lo ponen difícil para tener un sentimiento sólido de identidad. En el juego intersubjetivo, de cómo ha sido mirado, se juega mucho de la identidad. La mirada construye subjetividad y de ahí devienen gran parte de los problemas de Bourdin. Miradas no narcisizantes y, por ello, no cohesivas.

Leon y Rebeca Grinberg [32] sugieren que en ciertos casos se producen regresiones muy extremas en las que los pacientes lo que buscan es «tocar fondo», como el intento de respuesta a una fantasía inconsciente de renacimiento, de volver a nacer con otra identidad. Hacen énfasis en el trabajo elaborativo y de duelo como la dificultosa labor de la persona ante las inevitables pérdidas así como la adquisición de nuevos logros. Una de las renuncias más importantes para el desarrollo del sentimiento de identidad sería la renuncia a la omnipotencia, que es algo que subyace a las actuaciones de Bourdin.

Estos intentos sucedáneos de búsqueda de algo parecido a una identidad que mencionaba antes tienen que ver con el cuerpo; por ejemplo en los tatuajes que tiene en diferentes partes. Más allá de los que se realizó para parecerse a Nicholas (signos y cruces en los dedos) se conocen al menos tres: en el antebrazo «Caméléon nantais» (camaleón de Nantes), un mote que relaciona su lugar de infancia con su capacidad de transformación en otros; los otros dos hacen alusión a nombres: uno Osama Bin Laden, y otro, una banda latina, «Orgullo Latino Hispano». Estos dos últimos, no es difícil imaginar, ya realizados en la cárcel.

Sabemos por diferentes autores [33] que el tatuaje cumple múltiples funciones; en parte porque participa de la mirada del otro (ser mirado) y de la propia. Sería largo extenderse en una semiología y semántica de los tatuajes.

En el caso de Bourdin parecen hablar mucho de sus identificaciones, de la búsqueda de suministro narcisista, y de la búsqueda de un sentimiento de pertenencia a un grupo. Si hay que ser tildado de «malo», si el papel que uno juega es ese, al menos que sea un malo grandioso, importante, buscado y temido como Bin Laden, o una banda peligrosa. Es una forma de reafirmación narcisista; en realidad una expresión muy de la adolescencia a la que siempre vuelve, algo esperable especialmente dadas las carencias en el entorno familiar y la carencia de identificaciones con modelos positivos de los que esperar expresiones de ternura, aceptación y amor. Parece a la vez una búsqueda de individuación (yo soy este), y de uniformidad (yo soy de estos).

Silvia Reisfeld [34] establece la sugerente idea del tatuaje como espacio transicional intermedio a través del que poder externalizar y expresar los conflictos, actuando a modo de «operador psíquico» que permite representar estados internos de angustia; la elaboración de un duelo por ejemplo. En el caso de Bourdin parece el precario pasaje al acto, la tramitación a través de lo corporal de lo que no se puede digerir o simbolizar de otra manera. Desde una perspectiva más extrema, se podrían considerar los tatuajes de Bourdin como una reacción ante el miedo a caer en estados de vacío interno vivenciados como una muerte psíquica. Quizás ante el miedo a esos aspectos tanáticos, de vacío, tintando su cuerpo puede comprobar que sigue existiendo.

En la línea del uso del cuerpo y el movimiento, se ve en la parte final, en imágenes de archivo, en la cárcel, a Bourdin bailar imitando a Michael Jackson con una cierta habilidad mimética, que no sorprende. No es casual. Imitar a Michael J. es uno de sus hobbies. En múltiples vídeos de su canal de youtube aparece imitándole. No aparece nunca bailando como él mismo, inventando. No hay lugar para la diferencia. Caminando hacia el «ser», que es precisamente ser diferente de otros, necesita la mímesis. Y no de otro cualquiera. Sus movimientos, su estilo. Transformarse y dejar de ser él mismo, aunque desde luego, de una manera mucho más aceptable y sublimada de su síntoma.

6. LA TIERRA QUE LABRAR

«Todo lo sabes. En vano busco

qué tierras labrar o cuáles sembrar.

La tierra está negra de zarzas y cizaña.

Y no quiere ser regada ni por lágrimas ni por lluvias.

Todo lo sabes. Yo me siento y espero,

con ojos ciegos y manos ociosas,

hasta que se alce el último velo

y se abra por primera vez la puerta.

Todo lo sabes. Yo no puedo ver.

Confío que no viviré en vano.

Y sé que nos encontraremos de nuevo

en alguna divina eternidad»

[35] (Oscar Wilde)

Finalmente, como en los versos de Oscar Wilde, Bourdin encontró su tierra que arar. Tras salir de la cárcel en 2003, en la que permaneció algo más de 5 años, siguió repitiendo la estrategia del camaleón durante un tiempo más por varios países, incluido España, hasta que en 2007, tras un año de noviazgo, se casó con una mujer francesa de nombre Isabelle. Actualmente tiene cinco hijos que le devuelven una certeza difícilmente movible, es padre; una certeza que parece haber buscado compulsivamente, como reasegurándose. Un hijo no era suficiente; cinco son cinco espejos que le devuelven claramente quién es, apuntalando y manteniendo su identidad en el mundo externo, como si necesitara crear un caleidoscopio nuevo que le refuerce su identidad. Desde entonces ya no ha vuelto a apropiarse de ninguna. No ha ido a análisis, no ha cambiado de estructura; de todas maneras no podía cambiar, pero como decía el genio, «e pur si muove!».

En el momento de realizar la película tenía todavía «solamente» tres hijos. ¿Prestarse a hacer el documental no era en el fondo otra búsqueda nuevamente del sí mismo? Quizás es el intento de utilizar a Bart Layton (director) como un objeto reflectante, especular, y el propio documental como un alimento narcisista, a través de los cuáles poder hacer más digerible su pasado. Poder «re-narrarlo» desde la identidad de ave fénix que se ha reconstruido, en la lucha contra los elementos, el abandono y la malnutrición afectiva. En definitiva, una manera exhibicionista de búsqueda de aprobación y aceptación.

Como en el poema de Pessoa, Autopsicografía, en el que el poeta portugués habla de que el poeta es un fingidor que finge el dolor que de verdad siente [36], Bourdin, parece haber transitado por su vida fingiendo, tergiversando, inventando y deformando una penuria y un dolor que, sin embargo, de verdad sentía. Quizá, como en el duelo, había perdido algo pero de lo que no tenía noticia. Pessoa, que se tenía por «un raro» y que era bastante más consciente que Bourdin de que su enemigo lo tenía en casa, en su psiquismo [37], o en su «psicotismo» se podría decir, como Bourdin, también quiso ser otros; usando sus famosos heterónimos como si fueran diferentes personas, firmando sus libros con ellos, diferentes escritores con estilos muy diferentes; todos en uno que en ocasiones ponía a discutir y polemizar, criticándose ellos-él mismo, en los periódicos. Y como Bourdin, parecía sentirse nada, una nada con sueño de ser todo. «No soy nada/ nunca seré nada./ No puedo querer ser nada/. Aparte de esto, tengo en mí todos los sueños del mundo». [38]

La manera de ser mirado por Isabelle y sus hijos apuntala su frágil narcisismo y su identidad; al menos lo suficiente como para poder frenar las actuaciones. No obstante, en declaraciones posteriores y entrevistas se le sigue percibiendo muy necesitado de atención y muy cargado de rabia, algo que posiblemente le acompañe a lo largo de su vida, un nuevo estadío del espejo con el que poder estrenar una imagen más completa, lo más parecido a un «re-nacimiento» que es lo que necesitarían las personalidades muy carenciadas. Volver a nacer literalmente y, si no se puede, que parece que no, pues en la mirada de otros, igual no tan fundantes, pero si narcisizantes; un poco espejismo pero, una vez más, ¡algo se mueve!

Los padres marcan como un faro el proyecto identificatorio de los hijos estableciendo un proyecto sobre ellos que luego ellos modifican, incumplen (como debe ser), o cumplen en parte como tan comúnmente pasa. Del cumplimiento o no cumplimiento de esos ideales establecidos por los padres se juega gran parte de la armonía o la insatisfacción. Ese ideal del yo, como un paquete con consignas con lo que hay que hacer en la vida para ser valioso era algo muy patológico en el caso de Bourdin, abandonado por su madre (como tantas veces ocurre en el cine y la literatura infantil) y sin noticias del padre. Quizá lo más identificable era el ideal del abuelo, ese que ya no podía cumplir naciendo.

Ya sea entendido como una patología del desvalimiento (Hornstein), un trastorno narcisista (Kohut), una manifestación de perversidad (Paul Denis), o un «perverso narcista» (Racamier, Hirigoyen), la historia de Bourdin lleva a pensar en la importancia del amor para el desarrollo del ser humano. Enfermamos de amor y acaso nos «curamos» (sin curarnos del todo), de amor. Sin querer quitar importancia a lo intrapsíquico ni caer en un ingenuo ambientalismo, y sabiendo que hay amores que matan, como diría Sabina, y si no matan dan guerra como le pasaba a sor Juana Inés de la Cruz, si no pudo persuadir a los dioses del cielo, Bourdin, tuvo que entregarse, durante años, a agitar los de los infiernos.

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[1] Psicólogo clínico. Psicoterapeuta EFPA y psicodramatista psicoanalítico. Fundación Jiménez Díaz.

[2] Benedetti, Mario (2008). Vivir adrede. Madrid: Alfaguara/Santillana.

[3] Grann, David (2008). The great pretender. En The Guardian, 28/09/2008. Disponible en http://www.theguardian.com/lifeandstyle/2008/sep/28/crime.unitedstates.

[4] F. Bourdin en el documental.

[5] Cavafy, Constantine; Bádenas de la Peña, Pedro (1999). Antología poética. Madrid: Alianza Editorial (Literatura Contemporáneos).

[6] Nierga, Gemma; Millás, Juanjo (2014). Entrevista a Enric Marco, protagonista de «El impostor», obra de Javier Cercas (Hoy por hoy).Cadena SER, 21/11/2014. Disponible en http://cadenaser.com/programa/2014/11/21/hoy_por_hoy/1416566746_368166.html.

[7] Cercas, Javier (2014). El impostor: Random House.

[8] Esto no puede verse en el documental, sino en declaraciones posteriores y en publicaciones suyas en redes sociales, muy rabiosas y en las que llega al insulto y el desprecio hacia los periodistas en general.

[9] F. Bourdin en el documental, al acceder al instituto, ya en Norteamérica, haciéndose pasar por N. Barclay.

[10] Cortés, Eduard. (2002). La vida de Nadie. En una de sus escenas Coronado va de banco en banco fingiendo que su mujer tiene cáncer en un intento desesperado de que eso ablande a sus interlocutores y conseguir un crédito.

[11] Jean Claude Romand se hizo tristemente famoso por asesinar a su mujer, sus dos hijos pequeños y sus padres, cuando estaba cerca de ser descubierto, tras 18 años de mentir a su familia y hacerse pasar por médico investigador de la OMS.

[12] Kancyper, Luis (2010). Resentimiento terminable e interminable. Psicoanálisis y literatura. Buenos Aires: Lumen (Tercer Milenio).

[13] F. Bourdin en el documental.

[14] Ferenczi, Sandor (1984). El niño mal recibido y su impulso de muerte. En Ferenczi, Sandor. Obras completas. Madrid: Espasa-Calpe (Monografías de psicología normal y patológica, 16).

[15] Codosero Medrano, Ángeles (2010). La evolución de la teoría traumática en el pensamiento psicoanalítico. En Revista de la Asociación de Psicoterapia (2). Disponible en http://apra.org.ar/revistadeapra/pdf/Noviembre_10/_Angeles_Codosero.pdf.

[16] Congreso de Wiesbanden (1932), Ferenczi presentó Confusión de lenguas entre el adulto y el niño.

[17] Guasto, Giani (2011). El niño mal recibido y la madre. Mecanismos de introyección e incorporación. En Pedro J. Boschán (Ed.):Sándor Ferenczi y el psicoanálisis del siglo XXI. Buenos Aires: Letra Viva, pp. 171–180.

[18] «Desvalimiento o hilflosigkeit (Freud), sensación de aniquilación (Klein, 1946), temor sin nombre (Bion, 1970), desintegración o agonías» (Winnicott, 1958)». Extraído de: Siebzehner, Adela Victoria. De Green a Winnicott. Articulaciones sobre lo fronterizo. Buenos Aires (Argentina). Disponible en http://www.indepsi.cl/indepsi/Servicios%20Indepsi/arti-adela.htm.

 

[19] Mcdougall, Joyce (1993). Alegato por una cierta anormalidad. 1. ed. Argentina: Paidós (Psicologia Profunda, 163).

[20] Mcdougall, Joyce (1991). Teatros del cuerpo. 2a. ed. [Madrid]: Julián Yébenes (Colección Continente/contenido, 28).

[21] Cernuda, Luis (2015). La realidad y el deseo. 1ª ed. Barcelona: Castalia (Clásicos Castalia, 125).

[22] Mcdougall, Joyce (1993). Alegato por una cierta anormalidad. 1. ed. Argentina: Paidós (Psicologia Profunda, 163).

[23] Denis, Paul (2012). Redefinición de la perversión. En Revista uruguaya de Psicoanálisis (115), pp. 75–82. Disponible en http://www.apuruguay.org/apurevista/2010/16887247201211505.pdf.

[24] Racamier, P.C. (1986). De l’agonie psychique à la perversion narcissique. En Revue Française de Psychanalyse 50 (5)

[25] Idem 22

[26] Última frase de Bourdin en el documental.

[27] Hirigoyen, Marie-France (2013). El acoso moral: el maltrato psicológico en la vida cotidiana. Barcelona: Paidós.

[28] Ovidio. Metamorfosis (libro III v.339-510)

[29] Gollum, conocido personaje de J.R.R. Tolkien, presente por ej. en la trilogía de El señor de los anillos

[30] Rother de Hornstein, María Cristina (2002).Cuerpo, identidad. El devenir de la subjetividad. Disponible en http://www.e-thinkingformacion.es/wp-content/uploads/2014/03/Hornstein_Cristina_cuerpo-identidad.pdf.

[31] Término acuñado por Piera Aulagnier.

[32] Grinberg, León; Grinberg, Rebeca (Eds.) (1980). Identidad y cambio. Barcelona: Paidos (Biblioteca de psicología profunda).

[33] Marilú Pelento (1997), Silvia Reisfeld (2004), o Claudine Foos (2011), entre otros.

[34] Reisfeld, Silvia (2004). Tatuajes. Una mirada psicoanalítica. 1a ed. Buenos Aires: Paidós (Paidós diagonales, 5).

[35] Wilde, Oscar (2004). Poesías completas. Barcelona: DVD Ediciones.

[36] «El poeta es un fingidor. / Finge tan completamente / Que llega a fingir que es dolor / El dolor que de veras siente». En Pessoa, Fernando; Viqueira, Miguel Angel (1980). Obra poética. Barcelona: Ediciones 29 (Colección de poesía Río nuevo/VIII-IX).

[37] «Mi caso es de naturaleza psíquica», afirmó Pessoa en carta enviada el 19 de enero de 1915 a su amigo Cortes-Rodrigues.

[38] Del poema Tabacaria. En Pessoa, Fernando; Viqueira, Miguel Angel (1980). Obra poética. Barcelona: Ediciones 29 (Colección de poesía Río nuevo/VIII-IX).

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